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Como sacerdote, sirvió en varios ministerios de Estados Unidos: capellán del hospital, maestro de los novicios y párroco en la iglesia donde se crió, San Miguel en Watts y Cristo Rey, Los Ángeles. Watts era y es un barrio de Los Ángeles marcado por la pobreza, la marginalidad y la delincuencia. La mayor preocupación de Alfonso fue la educación de los jóvenes y crear alternativas a las peligrosas bandas en las que se agrupaban ellos. Su dedicación pastoral hizo que fuera nombrado en 1979 primer director de la Oficina de Asuntos Hispanos de los obispos de California. Organizó esa nueva oficina y toda una red de trabajo pastoral a favor de los emigrantes, en relación con las diócesis de la frontera entre México y Estados Unidos.

El 4 de noviembre de 1981 fue consagrado obispo auxiliar de Sacramento (California). Siendo obispo siempre quiso estar entre su pueblo, visitaba los campos migrantes, les defendía delante de los legisladores civiles y les acogía en la iglesia. Durante los fines de semana, pasaba muchas horas de la noche con los jóvenes en los parques, haciéndose amigo de ellos, animándoles a dejar las drogas y actividades criminales, invitándoles a la misa, volver a la escuela y hacer esfuerzo para construir un mejor futuro. Le hacían caso porque vieron en él un padre que se interesaba de ellos y les escuchaba. Bendecía los coches de los “lowriders” y se montaba con ellos. Defendía el derecho de los innatos. Todo el mundo tenía un lugar en su agenda: los pobres, enfermos, personas mayores y los presos sin impórtale su clase social, su religión o raza. Siempre fue muy atento con todos.