Monseñor Alfonso Gallegos nació en Albuquerque, Nuevo México, el 20 de febrero de 1931. El 24 de febrero fue bautizado y el 6 de diciembre de ese año recibe el sacramento de la Confirmación, ambos sacramentos en la iglesia del Sagrado Corazón, en Albuquerque, Nuevo México. El 6 de octubre de 1991, monseñor Gallegos celebraría su última Eucaristía en la iglesia del Sagrado Corazón, en Gridley, California. Muere esa noche en un accidente automovilístico, regresando a su casa, en Sacramento. El Sagrado Corazón de Jesús estuvo presente al comienzo y al final de su vida.
Los testigos para su canonización afirman que Gallegos:

 “Fue muy bueno, paciente,  cariñoso y  siempre trataba a todos igual, tanto pobres, ricos, jóvenes, mayores y niños. Al él le gustaba convivir con las personas. Comía con mucho agrado las comidas que le ofrecían en los hogares que visitaba. Trataba a los demás con cariño y respeto como buen siervo de Dios.”

Otra persona dice:

“Era puro amor, irradiaba amor, te daba amor y te hacía sentirte querido al estar en su presencia.”

Monseñor  Gallegos tenía un gran corazón que nutría con la palabra de Dios y su devoción Eucarística. Siempre iba a la fuente del Amor, Jesús, en la Eucaristía, donde está latiendo su corazón y desde donde quiere darnos un corazón semejante al suyo. “Yo les daré un solo corazón y pondré en ellos un espíritu nuevo: quitaré de su carne el corazón de piedra y les daré un corazón de carne, para que caminen según mis preceptos, observen mis normas y las pongan en práctica…” (Ezequiel 11,19-20).

Alfonso Gallegos no fue un gran teólogo, hombre erudito en las ciencias; son pocos sus escritos, sin duda a causa de su deficiente visión, con la que tuvo que cargar toda su vida. El legado del obispo Gallegos es, más bien, el de un hombre de Dios, muy cercano al pueblo, que visitaba a las personas en sus hogares, en su lugar de trabajo, haciéndose presente entre la gente y siempre en busca de la oveja perdida. Al acercarse a sus hermanos, con su cariño, pudo escribir no con tinta, ni en papel, sino en el corazón de las personas, dejando un lindo recuerdo de amor y amistad.

Son muchas las personas que recuerdan con cariño a su gran amigo el obispo Alfonso Gallegos. ¡Cuántos no han pedido su intercesión, encontrando ayuda y consuelo! En otros, su corazón de piedra se ha convertido en un corazón de carne: abrazando la fe católica, dejando los vicios, reconciliándose con un ser querido…; estos son algunos favores recibidos por su intercesión.

Al venerar el Sagrado Corazón de Jesús pidamos a Dios que nos dé un corazón como el suyo, para podernos amar unos a otros tal y como Dios nos ama, así como supo responder monseñor Alfonso Gallegos al mandato de Jesucristo: “Amaos los unos a los otros”; este será su lema episcopal.

Que la Santísima Virgen María nos ayude a corresponder fielmente al amor de su hijo, representado en su Sagrado Corazón.